La vergüenza de Iquique y del norte grande

Los movimientos migratorios, que creíamos que afectaban solo a Europa o a la América rica del norte, se han globalizado, y han llegado hasta este extremo sur del continente. Como allá, aquí también han despertado las reacciones de una parte de la ciudadanía que se considera dueña de un territorio y de los que pueden vivir en él, que prefiere creer que fue la primera en llegar, y que ha olvidado de qué manera llegó, quiénes fueron sus antepasados y de dónde salieron. Desde esa posición, pretende defender las fronteras nacionales contra la migración extranjera, sobre todo de aquellas personas y familias que considera indeseables.

Migrantes deseables son legales y migrantes indeseables son ilegales. De este modo, se reproduce el racismo y la xenofobia, a través de leyes y reglamentos que encubren a las personas e instituciones que lo ejercen.  Chile se encuentra en esta coyuntura, y, para muestra, la vergüenza de Iquique, Colchane, y otros lugares del Norte Grande que se formaron

desde antiquísimo por oleadas de diferentes migraciones de pueblos y culturas diferentes.

No hay ser humano que merezca el despojo, el odio, la intolerancia y el desconocimiento de derechos universales, los cuales deben ser garantizados sobre la base del reconocimiento mutuo. Las personas no pueden ser ilegales, porque tampoco lo son las sociedades de las cuales ellas provienen, y la migración no solo es constitutiva de la experiencia de todos los seres humanos, sino que es un derecho humano.

Como trabajadores de lo social y lo humano, como investigadores y como estudiantes en el campo de los estudios interculturales de la Universidad Católica de Temuco; pero ante todo como personas comunes y corrientes, que habitamos estos territorios, creemos firmemente que tenemos que pensar y asumir una ciudadanía intercultural basada en la hospitalidad y la convivencia intercultural como un universal deseable y sobre todo como posible. Aceptar las complejidades que eso conlleva, y alejarse de simplificaciones como la de “ordenar la casa”, significa la construcción de un espacio de vecindad en el que todos tengamos cabida: los que estábamos desde antes, y los que hemos ido llegando con los años, unos para quedarnos, otros de paso. Significa también emprender un debate público para pensar y compartir diferentes formas y estrategias de restablecer o generar sentimientos de pertenencia a un territorio común que no vengan marcadas por el origen de las personas que lo habitamos, sino por el hecho de vivir, compartir e intervenir en el mismo en momentos históricos diversos.

A la condena mayoritaria que ha suscitado el ataque xenófobo de Iquique ocurrido el ultimo 25 de septiembre, hay que sumar la discusión sobre cómo asegurar el ejercicio de los derechos que son inherentes a toda ciudadanía, incluidos los políticos, sobre formas de garantizar la ciudadanía intercultural de nuestros territorios, y como prevenir que las crisis migratorias y toda crisis en la convivencia intercultural no se conviertan en crisis humanitarias.

No hablamos solo de un tema migratorio y de derechos vulnerados. Hoy es también necesaria una discusión sobre el uso de la situación de migración como una estrategia política que, por medio de diversos medios y plataformas, y bajo pretextos de salud pública, entre otros, favorece los repliegues identitarios y nacionalistas y presta legitimidad al discurso de odio y del racismo. Ante esta acometida, destacamos el valor relevante de lo humanitario, y en que los ideales de justicia y del reconocimiento, esa parte buena de la condición humana, debería siempre prevalecer en nuestras relaciones, y asumimos desde nuestros distintos frentes laborales y sociales mantener propuestas y prácticas que trabajen en esa dirección de la hospitalidad y convivencia.

Núcleo de Investigación en Estudios Interétnicos e Interculturales

Estudiantes del Doctorado en Estudios Interculturales