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Colonias conectadas por una historia común y por un apellido
Por Gertrudis Payàs
Michael D. Higgins es presidente de Irlanda. Tiene ochenta años. La casa de los Higgins es la misma de Ambrosio y de Bernardo. Es, pues, descendiente suyo. Ambrosio, que fue gobernador de Chile a fines del periodo colonial, y después virrey del Perú, tuvo con los mapuche una relación particular, que se puede entender en parte porque era irlandés y no inglés, pues habiendo sido su familia víctima del imperialismo británico en la era de Cromwell, era inevitable relacionar una situación con la otra.
Europa tuvo sus colonias internas, y sus márgenes, con sus “indígenas” y “bárbaros”, y los mismos imperios que cruzaron océanos para ocupar territorios lejanos ejercitaron primero sus prácticas sobre esos márgenes internos, entre los que están Irlanda, y otras islas como Cerdeña, Córcega y las Canarias.
En la situación actual chilena, me parece que puede hacernos bien leer las palabras que el presidente Higgins escribió pocos meses atrás con motivo de la conmemoración del centenario de la división de la isla. El artículo se titula “El imperio conformó el pasado de Irlanda. Un siglo después de la partición, todavía conforma nuestro presente” (Empire shaped Ireland’s past. A century after partition, it still shapes our present, The Guardian, 11 de febrero de 2021), y lo traduzco íntegro a continuación:
Irlanda se encuentra en el proceso de recordar los acontecimientos que hace un siglo culminaron en la división de la isla. Seis de los nueve condados del Ulster quedaron en el Reino Unido y el resto de la isla optó por la autodeterminación y se convirtió en una república independiente.
Como presidente de Irlanda me he implicado con nuestros ciudadanos en un ejercicio de memoria ética de ese periodo. No se trata solo de tratar de comprender mejor las complejidades de la época. Se trata también de que podamos reconocer las reverberaciones de ese pasado para nuestras sociedades de hoy y para nuestras relaciones entre nosotros y con nuestros vecinos.
Una amnesia fingida respecto a los aspectos incómodos de nuestra historia compartida no nos ayudará a forjar un mejor futuro compartido. Los sucesos difíciles que recordamos y conmemoramos ahora son parte integrante del relato que ha configurado nuestras naciones, en toda su diversidad. Sin embargo, son sucesos que hay que recordar y comprender respetando el hecho de que existen perspectivas distintas. Si lo hacemos así, podemos facilitar una interpretación más auténtica no solo de nuestra historia compartida sino de las posibilidades post-sectarias que se abran para el futuro.
Este viaje de memoria ética nos ha permitido examinar la naturaleza de la conmemoración misma y librarnos de la capacidad de la historia de crear obstáculos para un futuro compartido mejor. Ha implicado interrogarnos acerca de los sucesos y las fuerzas que configuraron la Irlanda de hace un siglo y el país que hoy conocemos. En el dominio imperial británico sobre Irlanda se imbricaron factores de clase, género, religión, lengua y democracia, cultura y violencia, que desempeñaron un papel importante.
Es fundamental entender la naturaleza de la mentalidad imperialista británica de la época si queremos comprender la coexistencia histórica del apoyo al dominio británico sobre Irlanda, la resistencia activa y, en la mayoría de la población, la aceptación resignada. Aunque nuestras naciones se han transformado profundamente en este último siglo, creo que todos los que vivimos en estas islas podemos sacar algo bueno de enfrentar las sombras que proyecta nuestro pasado compartido.
En esta tarea de conmemoración, memoria, olvido y perdón he tratado de establecer un discurso caracterizado por lo que el filósofo irlandés Richard Kearney llama “una hospitalidad de narrativas”, reconociendo que sobre un mismo acontecimiento puede haber, y hay perspectivas distintas y fundamentadas. La aceptación de este hecho puede liberarnos de la presión de tener que encontrar o suscribir una única narrativa singular del pasado.
En años anteriores me propuse hacerlo planteando temas que habían sido soslayados en el discurso público o en la historiografía: los irlandeses en la primera guerra mundial, las luchas sindicales y el sufrimiento y los logros de las activistas en favor del voto de la mujer, o de las personas que sufrieron exclusión por su clase social.
Hace poco expuse con el título de Machnamh 100 una serie de reflexiones sobre el periodo 1920-1923, que abarcan la guerra de independencia, la guerra civil y la división. “Machnamh” es una palabra que en irlandés significa reflexión, contemplación, meditación y pensamiento. El próximo seminario, que tendrá lugar el 25 de febrero, tratará de las motivaciones y prácticas del imperialismo y de la resistencia, y de cómo estas reaccionaron ante las nuevas circunstancias locales y globales.
Pensando en ello, me sorprende la falta de interés de los académicos y también de la prensa por elaborar una crítica del imperio y el imperialismo. Se ha sido más abierto a criticar y discutir sobre el nacionalismo. Claro que ha sido fundamental para nosotros en Irlanda criticar el nacionalismo, pero hay que hacer lo mismo con el imperialismo, pues su significado trasciende por mucho las relaciones británico-irlandesas.
Puede resultar útil estudiar la relación de lo que se ha denominado –no sin oposición- la Ilustración Europea dentro del proyecto de expansión imperial para comprender de qué maneras el disfraz de la modernidad ha sido empleado para la supresión de culturas, para la explotación económica, el despojo y la dominación.
Así podemos explicarnos esa reticencia de las antiguas potencias imperiales a enfrentar hoy su pasado imperialista con los descendientes de aquellos que fueron colonizados, muchos de los cuales viven todavía con el complejo legado de ese colonialismo.
Mientras reflexiono acerca de los instintos de aquellos que defendieron el imperialismo, veo claramente lo eficaz que pudo ser la herramienta de una supuesta “modernidad progresista”. A los destinatarios y víctimas del aventurismo imperialista les fue negada toda posibilidad de ejercer agencia cultural, se les creyó incapaces para ello, y se les hizo responsables de la violencia hacia las potencias “modernizadoras” que iban dirigidas a ellos.
Desde la perspectiva de la mentalidad imperialista británica de la época, las actitudes hacia los irlandeses, por ejemplo, nunca fueron, ni podían ser, actitudes hacia un pueblo igual, de otra cultura, que se pudiera considerar fiable en una interacción civilizada entre iguales. Desde la perspectiva de los irlandeses, que tenían una lengua, un sistema social y jurídico, y una rica tradición monástica que aportar al mundo, era necesario resistir.
Unos resistieron intensificando la actividad cultural, literaria, poética, en música y canción; otros resistieron por la vía parlamentaria. Los colectivos de emigrantes en Estados Unidos hicieron presión política. En otros casos, los irlandeses usaron la violencia abierta o encubierta. La mayoría, sin embargo, hizo lo que las circunstancias permitieron: migrar cuando se pudo, o sobrevivir dentro del imperio, con un rencor generalizado, aunque reprimido, por las humillaciones experimentadas o recordadas.
Tanto imperialistas como dominados desarrollaron estrategias de adaptación. En Gran Bretaña, la experiencia imperialista se transmitía por la vía de la clase social. Quizás el esplendor asociado a la pertenencia a un imperio global podía desviar la atención de los problemas del clasismo, la injusticia social o un sistema económico de explotación. Pero las luchas anti-imperialistas no estaban libres de rasgos imperiales. También en ellas faltó a veces una conciencia de explotación de clase.
En su meollo mismo, el imperialismo implica enunciar una serie de supuestos que se invocan para justificar sus pretensiones y prácticas, entre ellas la de su violencia inherente. Uno de esos supuestos es el de la superioridad cultural, que está siempre presente en los proyectos imperialistas. Obligar a los subyugados, como el Otro dominado, a aceptar la inferioridad de su cultura es el reverso de la misma medalla.
Las injusticias perpetradas en nombre del imperialismo, y en nombre de la resistencia a él, tuvieron a menudo efectos brutales, y dejaron amargos residuos de dolor y resentimiento, que se trasmitieron a veces generación tras generación y quedaron al servicio de quienes estuvieran dispuestos a reavivar agravios heredados.
Con esta reflexión no trato de ofrecer un conjunto de racionalizaciones de signo opuesto para distintos tipos de violencia. Trato, eso sí, de comprender los contextos en que se produjeron.
Lo que se gana con ello es reconectar instinto moral y política pública: una autenticidad que anhelamos tantos ciudadanos y ciudadanas en este planeta compartido y vulnerable. (Michael Higgins)
Temuco, 12 de junio de 2021.